miércoles, 16 de noviembre de 2016

UN POCO DE HISTORIA...

Han pasado los años desde que Unitarios y Federales abandonaran sus luchas. El encuentro no hizo más que reproducir la crudeza de los discursos y las letras también fueron silenciadas... Pero los recuerdos son más recientes, totalmente sentidos y por ello, más difíciles de callar.

Nuestro país, La República Argentina estaba atravesando un período de crisis política-institucional. El surgimiento de agrupaciones de jóvenes con ideales revolucionarios era una constante en la sociedad argentina. Los reclamos de IGUALDAD y LIBERTAD se multiplicaban en las calles.
Las Fuerzas Armadas del Ejército argentino, decidieron que era hora de combatir tanto el desorden social y lo hicieron mediante la anulación de la Constitución Nacional, haciéndose así,cargo del Gobierno de la Nación. 
El 24 de marzo de 1976, comenzó el Golpe de Estado más violento de nuestra historia, donde se produjeron violaciones, privación ilegítima de la libertad, desaparición de personas, asesinatos impunes, censura a los medios de comunicación y las editoriales, exilios forzosos de pensadores y artistas fueron solo algunos de los hechos que definieron a la Argentina durante siete años.
A este período histórico también es posible "mirarlo desde las letras". Para eso, te dejamos un cuento escrito por una de las creadoras de este Blog, el cual fue participe del concurso que organiza anualmente el Centro de Ana Frank... Lectores si quieren informarse o ser participes de este gran concurso, el cual tiene premios increíbles, le dejamos a continuación el link de su página oficial para que se informen: https://www.centroanafrank.com.ar/noticias 


A LEER...
"TIEMPOS DE REPRESIÓN"
 Mi nombre es Amalia Martínez, y esta es mi historia.
Esa mañana me había levantado más temprano de lo normal para poder llegar a tiempo a clases, las mañanas de septiembre eran frías pero estaba contenta porque sabía que pronto llegaría la primavera. Se nos había quitado el boleto estudiantil y se nos hacía difícil llegar a la escuela. Era un alivio para la economía familiar, principalmente para la mía donde la situación financiera estaba cada vez peor, así que no quedaba otra que caminar o andar en la bicicleta vieja de mamá.
Cursaba mi último año de secundaria en el Colegio Juan Manuel Estrada, al terminar quería asistir a la Universidad de Bellas Artes, me gustaba pintar y dibujar desde muy chiquita. Creo que fue al cumplir los doce años cuando descubrí mis habilidades para las manualidades, desde ese momento supe que cuando fuese grande iba a estudiar algo relacionado con las artes visuales. Era la manera en la que me olvidaba de todo por un rato, pero en ese tiempo ya nada curaba mis dudas e incertidumbres con los distintos sucesos  que estaban ocurriendo. Me la pasaba preguntándome ¿Cuándo terminaría? O si acaso, nunca acabaría. Soñaba con desaparecer, despertarme un día y estar en otro país, o quizás en un mundo mejor, con más oportunidades para todos y menos prohibiciones.
Ya nada era como antes, no podíamos divertirnos, ni decidir a dónde y cuándo salir.  Obligaban a los hombres a usa el pelo corto, ya ni la hermosa cabellera rubia y enrulada de Lorenzo me quedaba, él era mi novio desde hacía dos años. Nos conocimos en la Plaza Moreno, la cual se ubica a unas pocas cuadras del colegio al que asistía y desde esa tarde no nos separamos más; hasta que ocurrió lo peor. Él era músico, tocaba la batería desde pequeño y tenía una pequeña banda con sus amigos, se llamaba “Sin Límites”.
Tuvimos miles de discusiones como todos, pero un viejo refrán dice “cuando hay amor todo es posible”, así que bueno, creo que no existió frase que más nos identificara en ese momento.
Pero, por otro lado creía que era un de las pocas personas con suerte, ya que las desapariciones iban aumentando, cada día escuchaba a mi madre y a mi padre quejarse y lamentarse en voz baja, a pesar de que todo estaba muy oculto.
Primero, el verdulero de la esquina, después el hijo y la mujer del panadero que estaba embarazada de seis meses y así, todos los días se producían allanamientos en el barrio y en la zona.
Tenía suerte, porque mi familia aún seguía completa, hasta ahora ningún desaparecido, por supuesto que cumplíamos las reglas impuestas por los militares al pie de la letra. Pero eso, en un punto había sido dejar de vivir, se hacía lo que ellos querían y anunciaban en todo momento.
Pero como bien tenía en claro, no se podía hacer nada con los que ya no estaban, debido a la naturaleza, una desaparición encubre la identidad de su autor. Si no hay preso, ni cadáver, ni víctima, entonces nadie presumiblemente es acusado de nada.
Mi vida se había vuelto completamente monótona y rutinaria, de mi casa a la escuela, de la escuela a mi casa. Y así, todos los días de mi vida. Cada tanto veía a Lolo o a mis amigas, pero siempre por la tarde, ya que de noche no se podía salir a ninguna parte, ni reunirnos en ningún lugar.
Esa mañana, al llegar al colegio, circulaban ciertos rumores, se hablaba de una especie de huelga o protesta. Todos o la gran mayoría de los estudiantes  de la ciudad de La Plata realizarían una marcha de protesta, para reclamar por nuestro derecho al Boleto Estudiantil.
Y así fue, diferentes delegados de agrupaciones de estudiantes, entre los que me encontraba yo, nos reunimos en uno de los colegios secundarios con el fin de organizarnos y marchar hasta el edificio de Obras Públicas con el objetivo de presentar un petitorio para la adjudicación del Boleto Estudiantil Secundario. Recuerdo que entre ellos, se encontraban alumnos del Colegio Nacional, estudiantes de la Universidad de Bellas Artes, compañeros de la escuela en la que asistía y de la Escuela Normal Nº 3, entre otras instituciones.
En el regreso a casa, Lorenzo me acompañó, él formaba parte del Centro de Estudiantes de su colegio y también estaba cursando su último año de secundaria.
Recuerdo ese día como si fuese hoy, me temblaba todo el cuerpo por el miedo que tenía, pero sabía que si no hacía algo, me arrepentiría toda mi vida, estaba luchando por mis derechos, por lo que me correspondía como estudiante aunque tenía presente que estaba totalmente prohibido. Sabía que no debía decir ni una sola palabra a mis padres, porque se preocuparían demasiado, pero en cualquier momento se enterarían.
Sin embargo, no supe lo que era el terror y la desesperación hasta la noche del 18 de septiembre de 1976. Fue entre las tres o cuatro de la mañana. Llegó una patota grande de hombres fuertemente armados a mi casa y encañonaron a mis padres con armas largas y oscuras. Buscaban a una estudiante secundaria, cuando aparecí yo, que era pequeña, dudaron en llevarme. Tenía 17 años, pero creo que mi mirada inocente y baja estatura hizo que pareciera menor. Se iban a llevar también a mi hermana mayor, Soraya, finalmente, como no había lugar en el auto, la dejaron.  Era un plan deliberado pero también jugaba mucho el azar. Sabía en un punto que no era que me habían elegido sin motivos, para ellos había más que suficientes, había participado del planeamiento de la protesta, y además hacía un tiempo dedicaba junto a un grupo de chicas vecinas, varias de nuestras horas libres, a enseñar a niños de barrios pobres de La Plata. Habitualmente, les daba materias como plástica o lengua ya que siempre fueron mis asignaturas favoritas. Esos eran motivos más que suficientes para encontrarnos en la mira directa de los seguidores de la dictadura de Videla.
En la noche del terror, me encapucharon, ataron, luego me metieron en un auto y me llevaron a un lugar que, mucho tiempo después, supe que era el centro clandestino,  Pozo de Banfield.
Ese es uno de los recuerdos más dolorosos que tengo porque durante toda la semana fui torturada con una picana, el dolor que generan esas descargas eléctricas es indescriptible. En los días siguientes, más torturas, solían arrancarnos las uñas con una especie de pinzas para que diéramos algún tipo de información, nos golpeaban e insultaban continuamente. En los momentos en que no me torturaban, escuchaba cómo torturaban a otros, los gritos de cómo abusaban de  mis compañeras de celda era un sufrimiento interno. Suelo tener pesadillas por las noches, y escucho el ruido de las rejas de las celdas al abrirse y cómo se me ponía la piel de gallina al saber que venían para torturarnos, y esas risas que escuchaba, mientras estábamos tiradas, revolcándonos en el suelo de dolor.
Pero nosotras no éramos las únicas que sufríamos, a los varones los desnudan completamente, dejándolos conservar solo su ropa interior durante el resto de su cautiverio.
Mientras permanecí allí, tuve una corta amistad con Josefina, una chica muy bella y simpática. Recuerdo que era morocha y tenía unos hermosos ojos verdes. Ella me contó sobre su vida, me dijo que estaba embarazada de cinco semanas. La noche de su secuestro estaba esperando a su marido, le había preparado una gran cena para contarle la maravillosa noticia, pero antes de que él llegara, los militares llamaron a su puerta.
Más de una vez, yo le regalaba la comida, ya que no tenía mucho apetito y quería que alimentara bien a esa criatura que llevaba en su vientre. Ella deseaba fervientemente que los militares no se enteraran que estaba embarazada, tenía miedo que le arrebataran a su bebé.
Una mañana estábamos hablando sobre cómo le gustaría llamar al pequeño, y entraron dos hombres robustos y con una mirada perturbadora, la tomaron del cabello y se la llevaron junto a otras mujeres. Escuchábamos cómo gritaban y suplicaban que no las mataran. Yo la esperé días enteros, tenía la esperanza que Josefina regresaría. Pero nunca la volví a ver, ni supe nada de ella, ni tampoco de las demás chicas.
Lo que se puede contar de esos momentos es el horror, la situación límite, la degradación como ser humano, como mujer. Después de una semana en Banfield me trasladaron a Arana. Con el paso de los años me enteré que a los chicos que hoy están desaparecidos los hacían bajar en un lugar anterior, los que sobrevivimos, habíamos continuado el viaje.
Allí siguieron maltratándome, por momentos deseaba morir, no toleraba una paliza más, ni un abuso más en mi cuerpo. Me la pasaba llorando en un rincón, no tenía fuerzas ni para suspirar, nos alimentaban con un poco de pan y agua. Las condiciones de las celdas eran totalmente insalubres. Extrañaba demasiado a mi querida familia, a mi gran amor y a mis amigas. Necesitaba saber cómo estaban, si seguían en sus hogares o eran víctimas del horror como yo. Rezaba todas las noches por ellos,  por su bienestar. Compartí celda con varias mujeres, algunas estaban embarazadas, podía ver cómo se las llevaban a punto de parir y volvían con el alma, cuerpo y corazón destrozados porque les quitaban a sus bebés, lo único que les quedaba en la vida. Había otras más jóvenes, de mi edad, que también eran estudiantes.
Al cabo de una semana, me trasladaron a la Brigada de Investigaciones de Quilmes en un gran camión. Cuando estábamos por subir al vehículo la venda se desajustó y resbaló sobre mi nariz, miré hacia arriba, el sol brillaba como nunca, luego hacia un costado vi una silueta, me pareció que era mi querido Lorenzo, lo reconocí por sus rizos dorados que brillaban con el sol, sigo con la duda  si lo imaginé debido a las indescriptibles ganas que tenía de poder abrazarlo y besarlo o realmente fue así.
Fue cuestión de un segundo, que ya me encontraba viajando otra vez. Allí no recibí tortura física, pero sí verbal, eso se mantuvo hasta los últimos días, y continué  vendada, atada, en calidad de desaparecida.
Un día logré reconocer las voces de algunos de mis compañeros de curso, se encontraban en celdas aledañas a la mía, así que nos comunicábamos por medio de los techos, que estaban enrejados.
De esta manera, tratábamos de sobrellevar el día a día, el espanto que nos tocó vivir, charlábamos o alzábamos nuestras voces para cantar los himnos de la época, como “Rasguña las piedras” y “Canción para mi muerte”, ambas de la banda Sui Generis… Hasta que, a gritos y golpes nos callaban.
Después pasé a la comisaría 3ra de Valetín Alsina, en Lanús, donde me sacaron las vendas y me desataron. Pensaba que seguiría así el resto de mi vida, que me trasladarían de un lugar a otro y que nunca volvería a ver a nadie de mi familia.
En julio del 1977 me legalizaron y pasé a la cárcel de Devoto. Era como que no tenía conciencia, no sabía lo que sucedería al minuto siguiente de mi vida. Pasé algo más de un año y medio en Devoto hasta que me dieron la libertad vigilada. Ahí volví a vivir, la vida me había dado una nueva oportunidad. Creía que nunca me liberarían y moriría tras esas repugnantes celdas. Me dijeron que me fuese  urgente de La Plata, de todas formas estaba segura que si algún día quedaba libre, me iría lejos a rehacer mi vida, a eso solo lo lograría si estaba a varios kilómetros de distancia. Estaba completamente segura que no podría olvidarme de lo que pasó, pero si dejar atrás el pasado. Con mi familia decidimos venir a Santa Fe.
Me hubiese costado demasiado seguir viviendo en La Plata, hubiese vivido atada al sufrimiento. Es una ciudad que me trae mucho dolor porque en cada calle veo las imágenes de los compañeros, vecinos, amigos que hoy no están, y son ausencias que me duelen profundamente. Tardé alrededor de doce años en volver a La Plata y algo de quince años en volver a visitar el colegio al que asistí.
Unas de las primeras cosas que hice al salir, fue intentar reencontrarme con mi querida familia y amigos, pero principalmente con Lorenzo.  Fue mi padre quien me dio la devastadora noticia de que él había desaparecido el día siguiente, y no porque lo fueron a buscar a su hogar, sino porque muy exaltado y desesperado le hizo frente a un militar que se encontraba en la calle para que me liberasen, dicen que instantáneamente, éste lo amordazó, encapuchó y se lo llevó. Él le había dejado una carta a su madre explicándole que lo hacía por mí, que iba a buscarme y a traerme de vuelta con mi familia. Le pedía que no se preocupara por él, que pronto estaríamos de vuelta y que al llegar me propondría matrimonio. A pesar de que éramos tan jóvenes nos amábamos profundamente.
Y fue ahí, donde caí en una insoportable depresión, no lograba levantarme de la cama, me pasaba los días llorando y tratando de entender por qué la vida muchas veces es tan cruel, tan injusta principalmente con los que no se lo merecen. Como lo había sido con Josefina, su bebé y otras miles de personas.
Pero lo peor, era que no tenía dónde llorar a mi querido Lorenzo, ninguna tumba para poder ir a dejarle unas flores o un rosario, no tenía nada. Y lo único que se me pasaba por la cabeza era que le había sucedido a él, si era el que vi al subirse al otro camión o si acaso ya estaba muerto. No sabía con quién hablar, dónde buscarlo, y así pasó el tiempo. Hasta que me enteré por un viejo amigo que a todos los de ese camión los habían arrojado al Rio de La Plata desde un helicóptero militar, con la previa aplicación de sedantes.
Así que, allá fui una mañana de otoño a recorrer la costanera del Río de la Plata. Estuve largas horas mirando cómo corría el agua, mientras lo único en lo que pensaba era en él. Pero fue también en ese lugar, donde pude hacer mi despedida, y llorarlo así por horas. A pesar de que no sabía si sus restos se encontraban allí o no.
La mañana siguiente, pude reflexionar sobre todo lo que había vivido y sabía que debía arrancar nuevamente con mi vida. Así fue, terminé mis estudios en Santa Fe, por supuesto que con el paso de los años hice nuevos amigos y me volví a enamorar. Pero nunca olvidándome de aquellos que habían sido parte de mi vida y habían dejado sus huellas en mi corazón, sigo reconociendo que el amor de mi vida fue y será Lorenzo, a pesar que la persona con la que convivo me haya devuelto la felicidad y me dé un amor único. Tengo dos hijos, la mayor se llama Catalina y el menor Lorenzo.
Actualmente, tengo cincuenta y siete años, trabajo como profesora en la universidad de Bellas Artes en Córdoba, nos mudamos aquí hace unos años. También hace seis años formo parte La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos La Plata, es una organización pluralista e independiente, dirigida a la defensa de los Derechos Humanos. Fue creada por un importante grupo de dirigentes políticos, religiosos, gremiales y sociales que se reunieron para formar una estructura social de defensa que permitiera poner algún freno a las tropelías de las fuerzas parapoliciales y paramilitares, donde amenazaban, secuestraban y asesinaban con total impunidad a personas.
En la actualidad los ejes de su accionar son, por una parte, continuar denunciando esta situación global; seguir movilizando por el reclamo de Verdad y Justicia, y combatir la violencia policial que en nuestra región es un instrumento de represión por excelencia de los reclamos populares.
En este momento nuestras energías se concentran principalmente en el Juicio por la Verdad que llevamos adelante ante la Cámara Federal de La Plata para establecer el destino de los desaparecidos, estas causas requieren de una ardua investigación y se necesita un constante seguimiento e impulso para lograr la Justicia que se le debe a la sociedad hace más de 25 años.
La verdad es que me hace muy feliz este trabajo, disfruto cada momento. Requiere de mucho tiempo, y viajo seguido a La Plata. Pero no hay nada que me haga más feliz que pertenecer a una organización que vela por los derechos humanos, esos por los cual viví en carne propia, y que fueron reprimidos por todos aquellos que eran partícipes de la dictadura. Como lo es el derecho a la vida. Además no hay nada que disfrute más de ver a mis hermosos hijos crecer día a día, teniendo presente y deseando que jamás les toque vivir una represión tan violenta. Que nuestro país guarde para siempre en su memoria lo sucedido, y que sirva de ejemplo a las demás naciones del mundo  para que “Nunca Más” se repita.


                                                                                                         MACARENA FLORES.

Esperamos que hayan disfrutado de ésta corta pero sentida historia... ¡VAMOS A SEGUIR SUBIENDO AL BLOG NUEVAS CREACIONES! ¡NO TE LAS PIERDAS!

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